Despiste

Entró en el bar, como cada mañana, a tomar su cortado con una tostada seca. El camarero siempre le pone mantequilla y mermelada, pero él rechaza por sistema cualquier acompañamiento al pan.

Pidió y esperó sentado en un taburete, en la barra, a ser atendido. El olor del café recién hecho no le afectó, enfrascado como estaba en sus pensamientos.

Lo sacó de su mundo una voz a su derecha: “No hace frío esta mañana, ¿verdad? Para ser enero…”

La miró. La miró bien, aunque no sabría decir si ya estaba ahí cuando él entró. De hecho, no recordaba haberla visto antes,lo que le llevó a recorrer el bar con la mirada. Desde hacía dos años entraba cada mañana y echaba cerca de veinte minutos dentro y ninguna de las caras le resultó familiar.

“Cierto, no hace mucho frío para esta época del año”.

“A mí no me importa que haga frío, en realidad. Así espabilo; de otro modo, me cuesta más levantarme de la cama”.

“A mí levantarme no me cuesta, me resulta más difícil despertar. Duermo poco y el cuerpo me reclama más horas de sueño, pero el trabajo manda”.

“A mí me gusta mi trabajo, pero a veces se me olvida hasta que llego a la oficina y empiezo a atender a la gente”.

“¿A qué te dedicas?”

El camarero le puso su café y su tostada y él, distraídamente, abrió mantequilla y mermelada y las untó, primero una capa fina del lácteo y después, sobre ella, una generosa del dulce de fruta, sin advertir que esta vez era de ciruela.

“Soy funcionaria, trabajo en recaudación ejecutiva en el ayuntamiento”.

“¡Pero si eso está enfrente de mi oficina! Yo trabajo en tesorería”.

“Lo sé” respondió ella, divertida, entramos casi a la vez todos los días. Cogemos el mismo vitrasa en la misma parada. ¿De verdad nunca me habías visto?” y su risa rompió la tranquilidad del local, haciendo levantar la cabeza a la mayoría de clientes y sonreír, contagiados por el sonido fresco que los distrajo de sus lecturas.

En ese momento fue cuando él, asombrado por el efecto, miró el último bocado de la tostada y se dio cuenta de que la había untado como cuando era un joven estudiante y cada salida del sol le parecía un milagro diferente, más hermoso que el anterior. Sonrió también y luego se echó a reír.

“Anda, jefe, cóbrame lo mío y lo de mi compañera. Y tú, recaudadora, levanta de ahí” aún no había dejado de reír completamente “que se nos va a escapar el vitrasa”.

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